Alcance del Fantasma Infantil
El segundo despertar sexual:
Pasaje del Otro al otro
A pocas situaciones estructurales les dio Freud una importancia tal como para nombrarlas específicamente humanas.
Una de ellas es la característica peculiar de la sexualidad humana de presentar dos picos de aparición: uno en la primera infancia, al que llamó primer despertar sexual y otro, después de atravesado el período de latencia, al que llamó segundo despertar sexual. Esta doble aparición, escandida por la latencia, le parecía singularísima y pletórica de consecuencias a punto de colocarla, junto con la capacidad de lenguaje, entre los elementos que hacen una diferencia infranqueable entre el hombre y cualquier otra especie viviente.
El segundo despertar corresponde a la pubertad, tiempo en que reaparece en escena la sexualidad, pero cambiada profundamente en su eje de direccionalidad en cuanto su objeto debe ser otro. En tanto su fin recién deberá incluir lo genital. Y por fin en sus consecuencias. En efecto, de la sexualidad infantil no podría haber como resultante un niño engendrado.
Detengámonos un momento en la etimología de las palabras pubertad y adolescencia.
Pubertad proviene del latín pubes puberis que denotará después el hueso pubiano pero originalmente, y aquí pondremos el acento, el vello pubiano que diferencia a los impúberes de los adultos. Era en la antigüedad el signo que se esperara apareciese en un niño que se torna capaz ya de luchar en combate.
Adolescencia proviene del verbo latino adolescere que significa tanto crecer como estar ardiendo. Ambas etimologías son preciosas. Indican bastante el rumbo que han de seguir estas reflexiones.
La sexualidad infantil (cuya existencia causó en tiempos de Freud un formidable rechazo en la comunidad en general, y en particular en la médica y científica) se gesta en la larguísima dependencia del primate humano (que nace con muchas menos aptitudes corticales que los primates superiores no humanos) de los cuidados del Otro, aquél que hizo venir al niño como promesa de un goce para la consecución del cual hará los formidables esfuerzos de crianza.
Esta prematuración incluye como premisa biológica que sean unos pocos reflejos innatos los que posea el bebe para sobrevivir, reflejos que además desaparecen al poquísimo tiempo de nacido, dependiendo la mera sobrevida exclusivamente de los cuidados del Otro auxiliante, ese que Freud nombrara, en su célebre Entwurf, Nebensmench. Por otra parte el niño no habla en un mundo de hablantes, lo que lo torna parasitable por una palabra que lo rodea y que él mismo aún no puede emitir. La etimología nos volverá a ayudar. En efecto infans significa en latín caresciente de palabra.
El Otro que habla es quien, bañando al bebe con su palabra, con su interpretación del grito como demanda estructural, en efecto, introduce la pulsión como “concepto límite entre lo psíquico y lo somático” en un movimiento simultáneo a la primera identificación a lo Real del Otro real (identificación al padre preedípico, actuante en la voz de la madre, que hace devenir al lenguaje simbólico al desgajar el significante fálico, Φ agujereador de lo real de la vida) solidaria de la represión primordial y del narcisismo primario.
Es el momento de la pérdida de la cosa incestuosa, das Ding freudiana, cuya pérdida deberá ser refrendada en nombre del padre.
Este es también el tiempo de formación, junto al cuerpo pulsional, del narcisismo preespecular (llamándose habitualmente “especular” al espejo plano). El narcisismo primario depende de la imagen real del cuerpo dependiente de la función del espejo esférico, suma éste del cortex más la palabra de amor que lo estimula. Por más córtex sano con que el niño llegue al mundo no habrá formación de cuerpo ni habrá pulsión sin el auxilio del Otro. Sólo habrá organismo, soma.
No es esta la ocasión de trabajar sobre la ardua polémica que debiera producirse con las neurociencias, pero aprovecharemos la ocasión para señalar que la prematuración con que nace el bebe humano hace de la palabra de amor del Otro el factor de importancia epigenética capital, puesto que no solo induce los movimientos estructurantes que acabamos de describir, sino que además, al mismo tiempo, termina de modelar en su base biológica misma al sistema nervioso central, que culmina su maduración de forma tal de alcanzar una cierta aptitud considerable “normal” a fuerza del trabajo de esta palabra incidiendo sobre su mismísima materialidad. Entonces, dada su prematuración al nacer el bebe humano está prometido, a fuerza de depender tan largo tiempo del amor del Otro, a conocer un primer pico de despertar sexual, libidinación que dirige este despertar hacia el Otro que le oferta sus cuidados.
En este esquema se puede observar este narcisismo del lado izquierdo del espejo plano.
La segunda identificación, a lo Simbólico del Otro real dejará como saldo el rasgo unario, S1, significante separado de la cadena y que permitirá horadar la plenitud del saber del Otro, y que, se hará, o no, núcleo del ideal del yo. Y esto se decidirá, como vemos en el segundo despertar. Se adeuda esta letra al padre, ahora el edípico, al varón sexuado de la madre o ése o ésa por quien la madre profese deseo sexual, por fuera de la relación que lo une a su niño. Su consecuencia narcisista es el alcance del espejo plano, la adquisición de un narcisismo secundario y su consecuencia sobre la pulsión será la de otorgarle la voz pasiva, las defensas prerepresivas de la vuelta contra sí mismo y la transformación en lo contrario. Lo cual se puede seguir en el esquema de más arriba a la derecha del espejo plano.
Es interesante señalar que en la infancia, época del primer despertar sexual, hay una prematuración donde la imagen del espejo plano se “adelanta” en su forma plena y supuestas habilidades, a la incapacidad del niño (inmaduro neurológico como señaláramos) de hacer gala de las performances de la que supuestamente es capaz la imagen especular. Veremos que en el segundo despertar se produce una típica inversión de prematuraciones.
La tercera identificación, a lo Imaginario del Otro real, dependiente de la faz prescriptiva del padre edípico, permitirá acreditar como propia la letra –φ, canal de caída del objeto, que lo hará pasible de entrar en el fantasma. Recién en tiempo de esta tercera identificación la castración se consolidará como herida narcisista. Y el fantasma encauzará la dirección del deseo del sujeto.
La pulsión habrá encontrado su bucle, que la hace “fuerza motriz” del deseo.
Los fantasmas primordiales de Freud están escritos en este fantasma.
Escena primaria: fantasma de la escena entre los padres que dio nacimiento al niño mismo. Fantasma no tanto del coito entre ellos (aunque pudiera serlo) sino más bien del pacto de goce que precedió esa procreación.
Fantasma de seducción, esto es: qué clase de objeto fui convocado a ser para el goce del Otro. De donde en el fantasma se escenifica un “hay relación sexual” (ya que según el propio Lacan la hay…por un tiempo, entre generaciones). De ahí que en el fantasma se represente (no es que se realice) la fórmula 1+a.
Fantasma de castración, esto es: cómo he dejado de ser ese objeto. De donde en el fantasma es nuclear la escenificación del padre que golpea, prohibiendo ese “hay relación”. Por lo cual el fantasma integra paradojalmente un 1-a.
A la salida de la primera vuelta edípica el niño contará pues con el campo pulsional constituido, el narcisismo que le permite estabilizarse en una imagen de sí y de sus semejantes, y un fantasma infantil que le provee la vía por donde desplegar el deseo, pasible de ser utilizado tanto lúdica como sublimatoriamente en la latencia.
En cuanto ha sellado esta primera matriz fantasmática: el niño, cuyas pulsiones, originadas en el campo del Otro tenían al objeto como factor más lábil, más aleatorio, encontrará en el fantasma que precede en su formación al tiempo de latencia un objeto pantalla provisorio hacia donde dirigir el deseo.
Una vez sellada esta matriz fantasmática la latencia hará su entrada en escena permitiendo al niño acumular, sobre las tres letras fundacionales que mencionáramos más arriba, las letras y las cifras de la enseñanza y del juego infantil a la espera de la llegada de la pubertad.
Estas adquisiciones identificatorias, que pueden ser resumidas en estas tres letras ordenadoras: Φ, S1, -φ; serán llamadas por Lacan “títulos en el bolsillo”.
Sin duda alguna no todo niño posee la suerte de haber transitado su primera vuelta edípica, también pasible de ser llamada primer atravesamiento del Edipo, habiendo podido reducir al Otro a no ser más que unas letras residuales al proceso identificatorio logrado; y un fantasma propio donde se escriba el objeto que al Otro se ha logrado sustraer.
Es claro que muchos niños naufragan parcial o integralmente en la navegación por esta primera vuelta. Este naufragio producirá el autismo o las psicosis que se presentan clínicamente ya en la infancia.
Pero es clínicamente constatable que la mayoría de las psicosis desencadenan el fenómeno elemental durante el segundo despertar sexual, momento en que recién podrá evaluarse la validez o la invalidez de los títulos que el niño llevaba en el bolsillo.
Detengámonos pues en el locativo “en el bolsillo” con que Lacan ubica a esos títulos (esas letras) que el niño atesora a la salida de la primera infancia.
¿Por qué en el bolsillo? Uno lleva en el bolsillo una moneda que aun no ha utilizado, a la espera en que llegue el momento en que se haga preciso pagar por algo que uno desee. Estos títulos, en la infancia, aun no podrán ser usados como medio de pago. ¿De pago de qué adquisiciones?
Detengámonos un momento a considerar el estatuto del fantasma provisional que ha adquirido un niño durante la primera infancia (si es que lo ha logrado formular).
Este constituye una respuesta que el niño se ha dado a la presión acuciante del deseo del Otro que lo auxilia, constituye una orientación, pues en el laberinto que constituye, de no mediar el auxilio del fantasma, ese deseo.
El fantasma, producto de la adquisición de las letras (o títulos) que los escalones identificatorios han permitido adquirir, depende pues de las sucesivas identificaciones de la función paterna (los nombres real, simbólico e imaginario del padre): incorporado el padre como posición inconsciente, y para continuar con el apólogo del laberinto, estos nombres del padre actúan como señalización, como balizamiento que permite al sujeto salir airoso de esa verdadera trampa. De faltar esta marcación, el niño podrá vivir extraviado en ese ominoso dédalo.
Dos palabras sobre la crítica que el feminismo y en general el culturalismo espetan al psicoanálisis. Según estas corrientes falo y padre como preeminentes dependen de una toma de posición patriarcal que debiera ser superada.
Creemos que en psicoanálisis falo es el nombre del símbolo que la humanidad ha homenajeado desde el neolítico como herramienta de transmisión cultural por antonomasia. Dólmenes, menhires, obeliscos, monolitos, testimonian el asombro de una especie que, gracias a ese significante, flor de lo simbólico, entra en la cultura y sale de la mera fuerza de gravedad, que va en contra de cualquier erección hacia lo alto.
Falo es el nombre del ingreso en la cultura y no el modo de llamar al órgano masculino. Bien lo sabemos las mujeres, que estamos llamadas a encarnarlo en el entero de nuestro cuerpo.
Padre, igualmente, denota al ser que toma a su cargo la misión exquisitamente simbólica de inscribir que el recién nacido no ha venido al mundo para llevar a cabo eso que Freud llamó “el servicio sexual de la madre”. Nombra, entonces, a un personaje exclusivamente presente en el parlêtre y de ninguna manera al genitor macho.
Entonces, el logro del alcance del fantasma infantil ha de permitir que se ingrese en el período de latencia con la serenidad mínima imprescindible para estudiar, jugar y hacer vínculos lúdicos con los partenaires infantiles.
Si éste fantasma resulta tan importante… ¿por qué aquella mención a cierta puesta en suspenso de la puesta en juego de estos “títulos” cuya adquisición presupone el fantasma?
Nos adentramos aquí en un terreno polémico. Hay muchos psicoanalistas, también lacanianos que, consideran que la estructura “cierra” ya en la primera vuelta edípica, y que afirman que el fantasma infantil es definitorio de la posición deseante para el resto de la vida del sujeto.
No lo creemos así, aunque creamos de peso inmenso a este logro escritural que debe ser construido aun en el análisis de un adulto que no quiera encallar de antemano en una mera faz terapéutica. Presentamos nuestra hipótesis de que recién en la adolescencia se consolida un fantasma definitorio en los conceptos que aquí vertimos.
Dra Silvia Amigo Psicoanalista
DIARIO LITERARIO DIGITAL
Video: Silvia Amigo
Titulo: Relación del Psicoanálisis y las neurociencias.